Esta mañana viendo las imágenes en los informativos de la destrucción que ha provocado el terremoto en Nepal se nos han saltado las lágrimas. Lágrimas por las maravillas arquitectónicas, que podíamos reconocer pese a que ahora son solo escombros, pero sobre todo lágrimas por la maravillosa gente de Nepal, que tiene la sonrisa más bonita que hemos visto. Todo el que ha estado allí lo sabe. Recojo en este blog, con su permiso, algo que ha escrito una amiga y compañera en su perfil de facebook y que me ha conmovido profundamente. No diré más porque ella ya lo dice todo.
«Hoy hace exactamente 16 años que mi avión aterrizaba en Madrid tras vivir una de las aventuras más intensas de mi vida. Un viaje que comenzó en la India y continuó hacia Nepal, tras experimentar la maravillosa sensación de sobrevolar la cordillera del Himalaya en una destartalada avioneta. Aquella penúltima semana de abril de 1999 pateaba las calles de Katmandú, de Patán o de Bhaktapur con los ojos abiertos como platos ante su impresionante patrimonio y su paisaje de ensueño; abrumada por su belleza pero sobresaltada e indignada por la miseria y el abandono en el que vivían la mayoría de sus habitantes.
Sin tener nada o menos que nada, la gente era amable, hospitalaria, tranquila; dueña de ese rictus pacífico y paciente que tienen todos aquellos que creen que los dioses también existen. Los niños con o sin zapatos jugaban incansables y sonreían sin parar al viajero acompañándolo a todas partes a cambio de nada. O sí….. Caramelos y lápices de colores. Era el único tesoro que buscaban ansiosos en tu mochila. Simples caramelos y simples lápices de colores que les convertían en pequeños seres todopoderosos por unas horas frente a sus rivales de pandilla que no habían llegado al reparto. Gracias a esas gentes y a esos niños me perdí por las calles y los templos. Y trepé a las estupas para abrazarme a los ojos de Buda y solté mis plegarias al viento en una de esas telas de colores chillones. Y compré mandalas y molinillos de rezos. Y un libro de pergaminos con textos budistas que han adornado mis itinerantes casas. Hoy, justo 16 años después de aquella aventura, Nepal es un valle de escombros y me estremece ver las imágenes que escupen los informativos. Me pregunto dónde estarán aquellas gentes que me crucé en mi camino, aquellos niños que me agarraban de la mano en mis paseos.
Y lo mismo me sucede con Yemen, otro extraordinario país convertido en un permanente infierno, en esta ocasión no por la furia de la naturaleza sino por la de los propios hombres. ¿Dónde están mis niños de Katmandú?¿Sobrevivirán a las montañas de escombros? ¿Y mis niños de Shanaá? ¿Muertos en alguna reyerta o convertidos en sanguinarios matarifes desplegados en las montañas y dispuestos a arruinar su patria en nombre de no sé qué dios?. Mis niños de la India, de Guatemala, de Nicaragua…. ¿Qué habrá sido de todos ellos? El viajero casi siempre está de paso y cuando mira hacia atrás, casi siempre es demasiado tarde….. Por eso hoy entono el mea culpa y por eso hoy he decidido volver a escribir después de un prudente y obligado silencio, mientras rescato aquellas fotos de países amables y paisajes irrepetibles que desgraciadamente van camino de la más completa extinción».
Mar Fernández
Nada volverá a ser igual…
2 comentarios
Siento lo mismo Eva. No hago nada más que pensar en toda aquella gente con la que mantuvimos alguna relación, los niños, los mercadillos, las estupas, las escuelas de las montañas… Con nuestro guía sí pude hablar el mismo sábado, está bien y su familia también. Tuvo suerte de estar con un grupo de turistas en el norte de la India. A ver ahora cómo se recuperan de esta catástrofe. Siento mucha pena y mucha impotencia.
Da una rabia increíble, Nuria.