Madrugamos para ver Nuwara Eliya, conocida como «la pequeña Inglaterra» por sus casitas al estilo inglés que construyeron los colonos británicos, donde además de disfrutar de un clima mucho más fresco y lluvioso que les recordaba a su amada Gran Bretaña, se dedicaban a sus pasatiempos de mierda como la caza del zorro, la caza del ciervo o la caza del elefante. Y el rato que no mataban ningún animal jugaban al polo, al golf o al cricket. Vamos, que eran una panda de hijos de puta que se establecieron aquí en el siglo XIX para esclavizar al personal y tocarse los huevos a dos manos mientras hacían sus gilipolleces de pijos y se relajaban tomando el mejor té del mundo, traído directamente de las plantaciones.
Está muy nublado pero no hace demasiado frío. Bajamos al pueblo a desayunar en una pastelería, donde nos comemos unos bollos cuyo ingrediente principal es el cemento armado y tiramos para la zona de las cottages inglesas. A un lado de la carretera las casas británicas diseminadas, al otro un hipódromo. Surrealista. La verdad es que aquí no sabes muy bien donde estás.
Un hombre pasea con caballos por la carretera y no tarda en ofrecernos un paseíto a lomos del equino por un módico precio. Ya nos sentimos bastante raras como para subirnos a lomos de un caballo, así que le decimos que no, que pese a ser occidentales podemos desplazarnos andando.
Un vejete empieza a seguirnos: «Hello, madam. Where are you from? Where are you going?» Lo típico. Le contestamos y nos señala un papel que lleva de la mano. Nos acercamos a ver qué quiere enseñarnos el buen hombre y de repente:
El viejo nos enseña una fotocopia de una foto porno, donde un tío le está dando por el orto a una chica que a la vez le come la polla a otro tío como quién no quiere la cosa. Explotamos a reír. ¿Qué pretendía el abuelo? ¿Pensaba que todas las blancas somos de orto fácil? ¿Por qué nos enseñó eso? Jajajaja. Nos partimos durante una hora, mientras el hombre desaparece con su foto porno.
Con la luz del día descubrimos que había muchos alojamientos con buena pinta por esa zona. De repente, se pone a llover. Entramos en un hostel también de estilo británico con muy buena pinta, tanto que la teapot (nosotras nos bebemos teteras enteras sin inmutarnos) tenía un precio tan excesivo que pedimos solo dos tacitas. Al entrar les ensuciamos todo el suelo de barro, pero pese a ser dos guiris pobretonas y embarradas, nos trataron fenomenal. Al salir, sale el sol y aprovechamos para ir hasta el Grand Hotel, el más lujoso, caro y auténticamente colonial de la zona. El hotel es una pasada y nos transporta a tiempos pasados donde todo era mejor para los británicos y peor para los ceilandeses.
A la salida decidimos ver el parque Victoria, que además es gratis… Bueno, era, desde hace unos meses ahora cobran también entrada ¡para entrar en un parque enano! Así que decidimos que les den morcillas, que estamos un poco hartas de que nos cobren hasta por darnos los buenos días.
Nos hacemos con un botín de galletas y zumos para el viaje en pequeño supermercado, y hacemos el lunch, como los ingleses en la cafetería Milano, donde todo está riquísimo y además es muy baratita.
Después de recoger las mochilas en el hotel tiramos para la estación donde cogemos de nuevo el bus a Nanu Oya. Llegamos enseguida, acompañadas por unos cuantos ingleses adolescentes. En la estación nos volvemos a encontrar a los alemanes simpáticos. Nos dicen que van a coger el billete en primera clase en el «Observation Vagoon». Nosotras no sabemos si merece la pena y decidimos apostar por la segunda clase. Acertaremos de pleno, pero eso viene después.
En la estación conocemos a un matrimonio mayor de australianos. Son muy simpáticos, pero a él no se le entiende ni papa, y es que reconoce tener un acento muy cerrado. A nosotoras él se nos parece mucho a Jay Pritchett de Modern Family, y ya es el segundo que conocemos en el viaje que se le parece. Nos preguntan por la crisis en España, el tema favorito de Soraya, así que ya tenemos palique de sobra mientras llega el tren, que, por supuesto, viene con bastante retraso. De repente, cuando el tren está a punto de entrar la estación, aparecen cientos de chinos. ¿De dónde han salido? ¿Han surgido por generación espontánea? Entre las chinas destaca una mamarracha vestida con un shari azul bien lleno de brilli-brillis. El tren está aún entrando en la estación cuando los miles de chinos se abalanzan hacia él. ¿Dan algo gratis? No lo entendemos, parecen una manada de buitres. Empujones por doquier. Por alguna extraña razón parece que les va la vida en subirse a ese tren los primeros. Tanto empujón y mala educación me pone de muy mala leche, sobre todo cuando veo que dos chinas nos toman la delantera a empujones ¡y se sientan en nuestros asientos numerados! ¡Por encima de mi cadáver! Viendo cómo se las gastan aquí las chinescas les digo que arreando que es gerundio y que si no se levantan me siento encima. Como las veo escépticas procedo a ocupar mi asiento con o sin china debajo así que se levantan y se van. Los australianos sonríen desde la fila de enfrente. Al minuto las putas chinas acusicas vuelven haciendo aspavientos con el revisor del brazo que nos dice que nos hemos equivocado de vagón. Soraya está rápida ante tamaña humillación pública y mirando nuestro billete le dice a la china: «Of course, that´s why we are in the first class». Pese a que simulamos movernos muy satisfechas a nuestro vagón de primera clase imaginario, estamos derrotadas y hundiditas en la miseria: La zorra de la china aspirante a mala baratona de culebrón chinesco nos despide con «bye, bye, enjoy it», a lo que yo le respondo con un «que te follen«, que hace que se descojonen los australianos. Y aunque lo dije en el más castizo castellano todo el vagón me entendió, hasta los del último pueblo de Cantón.
Tomamos por fin asiento en nuestro vagón, al lado de la primera clase, pero solo al lado. Enrabietada perdida me doy cuenta cómo, encima, el lado del paisaje chulo está en la fila de enfrente, donde estarán sentadas las putas chinas. Soraya se ríe de mí y dice que acepte la derrota, pero de repente el paisaje chulo comienza a nuestro lado y yo vuelvo a ser feliz. En realidad, pasamos poco tiempo sentadas ya que lo que más mola es levantarse y asomarse por la puerta abierta del vagón. Los pobres alemanes van helados en la primera clase, donde las ventanas no se pueden abrir para que no se escape el aire acondicionado y te ponen una película occidental por si el paisaje no es suficiente para ti. Así que salen de vez en cuando y se asoman con nosotras por la puerta del tren.
Los guiris están locos. Muchos van literalmente colgados de los asideros de las puertas, con todo el cuerpo fuera del tren, algo no sólo peligroso porque te puedes caer sino porque hay muchos túneles donde quedarte pegado. Pero la reina de la temeridad es la china mamarracha del shari azul. La tía se ha propuesto hacerse un book en el tren con semejante atuendo porque se debe encontrar ideal de la muerte y para ello tiene a su sufrida, abnegada y arriesgada madre para fotografiarla. La mamarracha del shari posa asomada a la ventana, con medio cuerpo fuera, asomada por la puerta, con todo el cuerpo fuera, mientras su madre, de espaldas a la dirección del tren asoma también medio cuerpo por la ventanilla para hacerle cientos de fotos sin saber si viene o no un túnel. Yo estoy viendo que vamos a tener paté chino para cenar. Así que nuestros ojos están casi más pendientes del fatal desenlace que del paisaje. Por fin, madre e hija china vestida de india, abandonan nuestro vagón para seguir jugándose la vida en otro.
Después de un trayecto muy bonito pero que no tiene nada que envidiarle al que hicimos el día anterior desde Kandy a Nanu Oya, llegamos por fin a Ella. En la pequeña estación esperan en la puerta varios tuktuks, que nos piden 200 rps, lo cual nos indica que todo tiene que estar muy cerca. ¡Y tanto! Decidimos seguir a unos guiris y a menos de 300 metros damos con el hotel en que nos queríamos alojar. El gerente es un tipo vivaracho, simpático y muy duro negociando. Pero se ha encontrado con la horma de su zapato. El hotel tiene buena pinta. Las habitaciones son muy grandes y limpias, y huelen a pintura, porque las acaban de acicalar. Al mismo tiempo que nosotras, llega también un francés y nos enseña las habitaciones a todos a la vez. Pide 2500 por las más oscuras de la planta baja y 3500 por las de la primera planta. Esperamos a que se largue el gabacho y empieza un duro regateo donde conseguimos una de las mejores por 2500. El tipo era muy duro de pelar, pero nos caímos bien por ser igual de cabezotas.
Después de confundirme dos veces y abrirle la puerta de la habitación a dos abueletes, salimos a ver la cueva-templo de Ella. Subimos una empinada cuesta. En los árboles vemos varios monos negros de barbas blancas. Un tipo nos empieza a decir que si queremos entrar a la cueva que tenemos que pagar por la llave. ¿Una cueva con llave? ¿Pero qué invento es esto? Total, que una vez más a algo que debía ser patrimonio de todos ya que está en una cueva natural, los monjudos de turno le han plantado una puerta con llave delante para hacer pasar por caja al turista. Así que subimos hasta la puerta pero decidimos no entrar. Hemos visto las fotos y después de haber estado en Dambulla, no parece que nos vaya a decir gran cosa.
Según bajamos, los monjudos nos piden una donación. Les decimos que no somos donantes. No es que seamos unas ratas infames, es que estamos hasta el mismísimo higo de que nos pidan dinero por todo. Después salimos en busca de algo que no recuerdo porque no lo encontramos, carretera abajo. Como se trata de un puerto, hay muchas curvas y a veces puede resultar peligroso ir por la carretera porque los camiones y autobuses van a toda pastilla, así que la subida la hacemos en bus.
Hacemos una comida-merienda-cena en la terracita del hotel. Soraya se toma un masala thosai delicioso y yo un sandwich club, que por allí se estila mucho en los menús para guiris. Después de una buena ducha, nos vamos a darnos un masaje ayurvédico en un sitio que hemos visto por la tarde y para el que ya hemos dejado la señal. Regateamos y conseguimos que nos lo rebajen de 4000 a 2500. Como sabemos que va a haber bastante magreo, pedimos que sea «only women». Tumbadas en las camillas vemos que en una de las sábanas que cuelgan del techo para separar ambientes y mantener tu privacidad, hay un agujerito a la altura de los ojos. Esas mujeres tenían de masajistas lo que yo de monja, pero aún así lo disfruté, porque me encanta que me amasen como si fuera un pan y me embadurnen, en este caso de un aceite que huele a wasabi. Las señoras no se andan con miramientos y nos pegan un repaso a la cabeza donde nos arrancan un montón de pelos.
Una vez bien machacadas nos piden una propina, las cabronas de ellas. Total que se la damos, aunque nos sentimos tontísimas por ello, ya que el precio estaba cerrado.
Pringosas y con los pelos aceitosos nos vamos a tomar algo, sin esperanza alguna de ligar con semejantes pintas.
En el hotel vuelvo a abrirle la habitación a los abuelos y una vez en la nuestra nos volvemos a duchar para no quedarnos pegadas a las sábanas. Después nos acostamos en nuestra romántica camita con dosel solas… pero sólo por esa noche. ¿O estábamos ya acompañadas sin saberlo?
La respuesta en el siguiente espeluznante capítulo…
6 comentarios
Lo había puesto ya en el capítulo 6. No tiene email pero sí dos teléfonos 077 8572421 y 077 6514804. En cuanto al lado bueno del tren, al principio es a la izquierda según entras en el vagón, pero después el paisaje chulo también lo tendrás por la derecha, así que no te agobies demasiado con eso.
Gracias de nuevo.
Y por favor me podrías dar el contacto de Manju?
Gracias
¿Cual es el lado bueno del tren?
Sri Lanka es espectacular ¡Gracias!
Que belleza de paisajes!! espectacular! que envidiaaaa ya quisiera poder estar allí!
Muy buen artículo!
Saludos!!