En el desayuno me muero del corte al ver a los dos vejetes a los que le había abierto la puerta un montón de veces. Parece que no me guardan rencor o que no recuerdan que he sido yo la que les ha invadido en su intimidad. Nos cuentan que son de la tierra de los tulipanes, y como buenos holandeses están recorriendo Sri Lanka en bici. Me parece alucinante porque además de ser septuagenarios, Ceilán es una isla peligrosa para recorrerla en bici (me refiero a la carretera principal). Nos cuentan que ya recorrieron China en bici y que han hecho tres veces el Camino de Santiago a pedales. Tienen toda nuestra admiración. Los holandeses están hechos de otra pasta.
Después hacemos una pequeña caminata hacia el Pequeño Pico de Adán. Hay un chiringuito en un lugar precioso con una jaula enorme llena de periquitos. Como acabamos de desayunar no nos sentamos a tomar nada, pero yo me quedo con las ganas.
Por el camino se ven a los tamiles trabajando en las plantaciones de té que nos llaman y se ofrecen para posar para la foto, pero les decimos que no, porque después piden dinero y son muchos y todos quieren posar.
Robado a las recolectoras de té |
El paisaje es precioso y desde allí se ve la serpenteante carretera que baja hasta a las Cataratas Rawana, donde iremos por la tarde.
Me meto entre las plantaciones de té. El suelo está muy desnivelado y casi me escoño mientras Soraya se parte de risa.
Soraya señala el sitio donde casi me escoño |
Después salimos en busca de una fábrica de té. Nos hacen esperar un rato y nos obligan a ponernos una especie de patucos y gorro humillantes para entrar. Parecemos gilipollas, sobre todo porque los trabajadores no llevan ni gorro ni patucos. Supongo que les alegrará un poco el día humillar al guiri. El ambiente dentro de la fábrica es agobiante. Hace mucho calor y hay una nube de polvo de té en el ambiente que dificulta la respiración. Nos explican los tipos y calidades y después de la visita nos invitan a una buena taza de té, sin azúcar.
Abandonamos la fábrica de té en busca del puente del tren de los 9 arcos. El lugar tiene mucho encanto pero el resto del camino toca hacerlo por la vía.
Al principio resulta excitante y divertido pero después de un buen rato, parece la vía no se acaba nunca y nos empieza a estresar porque sabemos que tiene que pasar un tren y a los lados de la vía no hay muchas veces espacio para apartarse o hay hierbas que arañan las piernas que te cagas. Encima no tenemos claro si hemos cogido la vía en la dirección correcta y empezamos a pensar que estamos caminando sin rumbo. Para colmo hay muchas curvas, con lo que es imposible ver si viene el tren. De repente, la vía vibra ¡¡¡viene un tren!!! Gritamos y nos echamos a un lado.
Entonces, aparece una vagoneta de tracción manual con cuatro tipos pasando a toda velocidad. Sonríen, nos saludan y desaparecen detrás de una curva.
Seguimos andando y apostando a que lo siguiente que pasará será el tren. Minutos después la vía vibra, nos estresamos, gritamos y nos apartamos y pasa una segunda vagoneta con señores desconcertados de vernos ahí.
Después de varios kilómetros caminando por las traviesas del tren, empezamos a estar cansadas. Realmente tenemos ganas de llegar a la estación, sobre todo porque amenaza tormenta y me aterroriza que con la lluvia aparezcan las asquerosas sanguijuelas. Entonces el paisaje se abre y al fondo vemos la estación de tren de Ella.
¡Por fin! A la gente que espera en el andén le hace gracia vernos aparecer caminando victoriosas por la vía.
Reponemos fuerzas y calorías con un dosay y un rotti y se pone a llover un poco. Me alegro de estar a salvo de las sanguijuelas. Nos damos una ducha y Soraya descubre que sus galletas han sido invadidas por un millón de hormigas.
Vamos a ver las Cataratas Rawana en autobús. Allí hay varias familias locales dándose un baño. Un perrito hambriento da buena cuenta de nuestras galletas hormigueras.
Volvemos a Ella y Soraya se empeña en caminar cuesta arriba por un lugar que es el vertedero del pueblo. Discutimos y nos damos la vuelta. Nos tomamos unas cervezas y al rato nos encontramos con los australianos que conocimos por la mañana y los tíos nos invitan.
Paisanos simpáticos |
Les acompaña el conductor que han contratado para recorrer la isla. A las dos nos da mala espina. Nos parece un fantasma, un mentiroso y un jeta. Los pobres australianos nos cuentan una liada que les hizo poniendo escusas que a nosotras nos parecen absurdas, para sacarles pasta y obligarles a pasar por su casa, lejos de su ruta y que les dejó sin ver cosas. El tío nos hace muchas preguntas sobre nuestros planes. Quiere endosarnos a un hermano suyo o a no sé quién y nos empieza con rollos de que en Yala la gente no es de fiar, que si nos van a engañar, que si no se qué mierdas… Si algo tenemos claro es que no pensamos hacerle ni puto caso. Así que le pedimos su móvil para que se calle y no llamarle nunca.
La gente nos pedía que les hiciésemos fotos. Lo que le gusta a un ceilandés un photocall |
Cuando salimos del bar está todo cerrado, a oscuras y en silencio. Hasta nuestro hotel. No hay nadie en recepción y no han dejado ni una luz encendida.
Conseguimos llegar a tientas a la habitación. Me quito las lentillas. Soraya está sentada en la cama. Entonces veo una cosa negra de tamaño considerable bajando a toda leche por la mosquitera blanca que cubre la cama. Debe ser enorme, para que lo haya visto sin lentillas. Le digo a Soraya que no se estrese pero que me ha parecido ver algo. Entonces ella se estresa, pega un brinco y armándose de valor mira debajo de la cama y aparece la madre de todas las cucas. ¡¡¡Qué asco!!! Gritamos, corremos, entramos en estado de pánico total. A las dos nos da un asco horrible y saber que encima estaba en nuestra cama nos produce auténtico pavor. Nos dan tanto repelús que no podemos matarlas porque no podemos soportarlo. Así que el bicho empieza a correr por la habitación y nosotras también y le perdemos de vista y vuelve a aparecer y volvemos a gritar, y vuelta a empezar. Me armo con mi desodorante y le rocío y la puta cucal desaparece debajo del rodapié. Aparentemente ha salido al pasillo que está a oscuras. Pero igual que ha salido puede volver a entrar. Dios, es que estoy escribiendo esto ahora y me estoy muriendo de A-S-C-O. Así que no podemos vivir en la ignorancia y revisamos aterrorizadas cada rincón de la habitación. Entonces aparece un bicharral demoníaco debajo de la cama retorciéndose que es más asqueroso si cabe que la cuca. Es una puta escolopendra infernal, una horrible pesadilla hecha insecto. Salgo a oscuras a recepción en busca de refuerzos temiendo pisar la cucal que echamos de la habitación. Nadie acude en mi socorro así que vuelvo cagada a la habitación pensando en qué bichos me van a asaltar por el camino.
Ya no recuerdo cómo la echamos de allí, pero nos temblaba todo el cuerpo del asco (estoy temblando ahora mismo al recordarlo).
Después de perder como dos horas en revisar la habitación armadas con el desodorante, nos acostamos muertas del asco y dejamos la luz encendida… No dormimos nada.