Diario de Sri Lanka – Capítulo 11 (Kandy – Nanu Oya – Nuwara Eliya)

Soraya se levanta con antojo de comerse un masala thosai de desayuno y sale disparada del hotel. Después me acompaña a mí a desayunar al White House donde se come también unos pastelitos buenísimos. Cambiamos de nuevo dinero, con el regateo consiguiente y nos damos una última vuelta por el lago para despedirnos del pelícano y las lagartas preñadas.

Un señor que dice ser maestro aunque no se lo hemos preguntado nos cuenta que hay muchísimas serpientes venenosas en Sri Lanka. Un escalofrío recorre mi cuerpo. ¡Con el asco que me dan y el miedo que les tengo! Después insiste en llevarnos a su colegio, pero declinamos la oferta, ya que ambas tenemos claro que ni es profe, y que el colegio de marras va a ser una tienda. Al lado del lago hay varias tiendas enormes de souvernirs horrorosos y polvorientos. No se salva nada, pero nos da pena entrar y salir con los ojos desorbitados por el terror, así que damos una vuelta haciendo como que no se nos están quemando las córneas ante tanta fealdad

Nos sentamos a tomar un Nescafé en el Devon, porque sí, tienen Nescafé y yo soy realmente feliz. Con la cafeína necesaria ya en vena volvemos al hotel en busca de las mochilas para ir caminando hacia la estación donde cogeremos el tren que nos llevará a Nuwara Eliya.

Con la mochila al hombro le pido a Soraya que me haga una foto frente al bonito y caro Queen´s Hotel. Entonces un menda se pone detrás de mí tapando todo el hotel. Me vuelvo y veo que es ¡mi novio! Él, supongo que esperaba que saltara a sus brazos, pero sólo recibió un ¡»quita, quita»! por mi parte. Y sólo eso bastó para que se largara casi sin rechistar con el corazón roto. ¡Qué fácil había sido! ¡Y dos días antes lo tuvimos acoplado más de 4 horas dándole largas!

Pero otro plasta le iba a tomar el relevo en cuanto llegáramos a la estación, un tipo que se parecía bastante al Michael Jackson operado pero negro. El tipo empezó a darme palique desde el minuto uno en el banco del andén. Soraya aprovechó para escabullirse. Me pidió mi facebook y le tuve que dar el de verdad, porque el tío sacó su flamante móvil y se puso a buscarme ipso facto. Se lio a enseñarme fotos suyas y de Sri Lanka. Era majo, pero cansino, como la mayoría de los ceilandeses. Son demasiado absorbentes y preguntones, y nunca paran de hablar. Para mi desgracia por megafonía anuncian que el tren se retrasa una hora… Así que aguanto estoicamente que me planchen la oreja.

Por fin llega el tren y Michael Jackson se va a su zona… pero al minuto dos vuelve y se queda de pie hablándonos y mirándonos cuando no le hablamos, pero no se sienta. No entendemos nada hasta que se baja unas cuantas estaciones después: viajaba en tercera. El trayecto es precioso, muy salvaje. A veces las ramas de los árboles golpean la ventanilla. En cada estación suben vendedores de comida, casi toda frita o rebozada. Soraya compra un cucurucho de lentejas fritas hechas pelotitas, tipo falafel.

Hemos leído mucho sobre el trayecto de tren de Nany Oya a Ella, pero nada sobre el que estamos haciendo y nos está encantando. El paisaje es precioso.

Pasamos por muchas montañas desde donde vemos alguna cascada y los escalones de los campos de té y las mujeres recolectoras con sus cestitas y monjes que nos dicen adiós desde sus monasterios al lado mismo de la vía del tren.

Después de un precioso trayecto, llegamos a Nanu Oya, donde nos tenemos que bajar del tren porque éste no llega hasta Nuwara Eliya, nuestro destino, a nueve kilómetros. ¡Hace frío! Nada más bajar los mentirosos de los tuktukeros nos dicen que no hay bus hasta Nuwara Eliya, pero nada más subir la cuesta de la estación nos encontramos con él. Subimos corriendo, está a punto de salir. La carretera está en obras y vamos pegando botes y levantando polvo como en un rodeo. En el bus hay dos judías que hablan portugués. Les preguntamos que dónde se van a alojar y nos lo dicen, pero no nos suena de nada. De repente ellas se bajan en un lugar donde no parece que haya gran cosa, salvo una casa típica inglesa con muy buena pinta. Dudamos si bajarnos con ellas pero al final decidimos ir hasta la estación, a ver si en el pueblo hay más oferta.

Ya se ha hecho de noche, no tenemos mapa ni dónde ir y vamos cargadas con las mochilas, así que somos como un cervatillo herido ante una manada de fieras hambrientas. Aparece el comisionista de turno diciéndonos que hay un hostel super guay que está a diez minutos andando, que es la polla en vinagre: el Little Heaven. Total que echamos a andar detrás de él y nos dice que subamos a una furgo. Le decimos que si está a diez minutos andando vamos andando. Dice que así es más cómodo porque vamos cargadas. Soraya me dice que ya nos han hecho el lío, pero yo quiero darle una oportunidad. Total que la furgo se pone a subir y a subir y a subir la montaña. Lo sospechado, el Little Heaven está en el quinto infierno y los 10 minutos son en furgo. Nos enfadamos y le decimos que no queremos ni verlo y que nos devuelvan al pueblo, que no nos apetece que nos sigan tomando el pelo. Entonces nos paran en otro, en el Victoria Inn (así suena bien, pero no os equivoquéis, sólo suena bien). Después de subir una escalera infinita nos enseñan una habitación cutrona y fría y nos piden ¡3000 rupias! Definitivamente nos vieron cara de tontas. Nos reímos en su cara y salimos a la carretera. El tío empieza a darnos la turra que qué queremos, que ese es el precio, que no vamos a encontrar nada, etc. Así que Soraya le dice que es un comisionista y que a timar a otros. Entonces el tío nos grita: «Fuck of, madam». Yo le llamo cabrón y el dueño del hotel flipa. Echamos a andar carretera abajo pensando que nos va a atropellar con la furgo. Jajaja. Está empezando a llovisquear y no sabemos dónde ir. Todo está oscuro, los alojamientos, si existen están escondidos. Así que cogemos un tuk tuk para que nos busque un lugar donde pernoctar y nos lleva al Princess, que es el que debió inspirar a Kubrik para el hotel de El Resplandor. Se nos nota en la cara y el dueño nos dice que «what is the problem, madam?» El problem es que nos da miedo. Así que le decimos al tuktukero que nos devuelva al Victoria Inn, donde vamos a probar suerte, y a probar, también, como el tipejo de antes era un sucio comisionista. A mí me da corte volver, pero la jugada merece la pena. La habitación de 3000 rps la sacamos ahora por 1600, y hubiera podido conseguirla más rebajada, pero me dio pena lo fácil que me lo puso el chaval que nos atendió. La habitación no es nada del otro mundo y es fría pero ¡tiene agua caliente! Así que dejamos las mochilas, nos abrigamos todo lo que podemos y volvemos al pueblo donde tienen montado un mercadillo de ropa falsificada bastante fea. El pueblo es poco interesante, así que cogemos la carretera en busca de las cottages inglesas a ver si vemos algún lugar más atractivo para cenar, y vaya que lo encontramos, un restaurante indio chulísimo en la zona de los hoteles caros. En el Gran India nos encontramos de nuevo con la familia suiza que vimos en Peradeniya repartiendo peonzas entre los niños. A nuestro lado una pareja de musulmanes se ponen las botas sin dirigirse la palabra durante toda la cena. Ahí nos encontramos también con la pareja de alemanes que habíamos conocido en el tren. Ella habla muy bien español y él parece español aunque no habla ni papa de castellano. Después de un festín indio que casi nos hace llorar de gusto, salimos a la calle y hace un frío de muerte y encima se pone a llover. Cogemos un tuk tuk, que nos pone la capota y nos deja en el hotel como a las reinonas que somos. Nos duchamos con agua hirviendo, y así además de entrar en calor, calentamos también la gélida habitación. La cama es comodísima… zzz…zzz…zzz

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