¡Y yo sin mi agente naranja! 6 (2ª parte)

Mis suicidas amigos se adentraron en la selva y yo decidí esperarlos a salvo. Mi colega Antonio, me había prevenido ya contra esa subida a la montaña: «Creí que me moría de verdad… La humedad y el calor insoportables, te resbalas, no ves por dónde vas… Van a toda hostia y nadie te espera, yo creí que no lo contaba, no lo hagas ni de coña». Intenté colarme en el parque natural para darme una vuelta pero los guardas me echaron. Sólo te dejaban entrar hasta un chiringuito donde vendían pringles. ¡Qué ascazo de patatas! Pero no había otra cosa, así que las pagué a precio de Helsinki, en algo había que entretener el tiempo. Así que me puse a caminar por la carretera.

El paisaje era impresionante. Descubrí una casita de madera entre los árboles y me metí a cotillear. Había un montón de gallinas, gansos, pollos, perros y niños. Cuando uno de ellos me vio al momento aparecieron como diez más que se despollaban y me señalaban el pelo. No sería la primera vez que mi pelo rojo causara sensación. Me saludaban con la mano y me miraban como si fuera un extraterrestre. Empecé a agobiarme con tanta mirada, así que seguí caminando y me senté en una piedra grande, por debajo de la cual discurría un riachuelillo. Pero los bichos sentían la misma fascinación que los niños por mí y tuve que salir por patas antes de que me comieran la espalda.

Así que me adentré por un camino que llevaba a una especie de poblado de casas diseminadas. Allí me ladró un perro y a su ladrido acudieron doscientos niños que se volvieron a partir de risa con mis pelos. Así que me sentí idiota por no cobrarles por la performance: «If you like you pay».

Seguí caminando y entonces fui el blanco de tres adolescentes subidos a una moto, que me invitaron a subir con ellos. Pero no me sedujo la idea de ir con otros tres subida una moto, por mucho que ofrecieran enseñarme la isla y alguna cosa más. Así que decidí alejar mis pelos de extraños y me volví a la entrada del parque natural.

Allí había un montón de viets jugando a las cartas. De repente aparecen los franceses con sus hijos viet, sí, los padres del niño ese tan plasta de las fotos. Nadie les había advertido de la dureza de la subida a la montaña, ni siquiera viendo que iban con niños, así que se dieron la vuelta. El niño empezó a darme el coñazo y conseguí apaciguarlo dándole pringles. El muy cabrón no se conformó con coger unas cuantas, ¡me cogió el bote entero el muy hijo puta! Pues el muy cabrón no tuvo suficiente con mi tubo de pringles, y empezó a lloriquear para que su padre le comprara otro. Así que el padre le soltó un hostión que lo desplazó varios metros a una velocidad de unos 200km/h. Hasta a mí me pareció excesivo. Pero el pobre crío se levantó y siguió dando el coñazo como si nada.

Al rato, tras una capa espesa de arcilla y sudor descubrí a Soraya, Nacho e Iker, que me dijeron: «Si llegas a subir (ellos me insistieron al principio para que lo hiciera) nos habrías matado».

No hay fotos, no ¬¬

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