¡Y yo sin mi agente naranja! 10

Nos levantamos muy tarde, con una parsimonia que no nos la creíamos después de tanto trajín. Apañamos las coladas, organizamos nuestras vidas y al cabo del rato, salimos a hacer un «brunch» pues teníamos el teatro de las marionetas de agua bastante pronto, sobre las 3 creo que era.

Paseamos relajados por Hanoi y no nos hubiera extrañado que nos hubieran saludado ya los tenderos, en plan la canción de la Bella y la Bestia «Bon Jour!», de tanto vernos pasar por allí. Encontramos un sitio en la terraza de una azotea, que tenía un menú bastante variado y subimos. Aunque era una terraza al aire libre, había unos ventiladores del tamaño de las torres de Kuala Lumpur. Pedimos platos occidentales, menos Iker que insistía con los noodles. De postre pedí un súper crepe que no sólo llegó tarde, sino perjudicado porque a la tía se le cayó la mitad. Se descojonó, lo recogió del suelo y se fue. Yo confiaba en que me iba a traer otro, pero no, ni de coña, estamos en Vietnam y tal cosa no es posible. Así que ni corta ni perezosa le dije que me descontara la parte del crepe que yo no me había comido por su culpa y me ahorré unos 25 cnts (juas). Evidentemente no era por la pasta, pero es que no saben tratar a las personas, ¡por favor!

Después de comer fuimos al teatro Thang Long a ver las marionetas de agua por las que yo tanto había suspirado. Había dos precios y pedimos el caro, porque era el «climatizado». Pero están fatal estos viets, ya que era la misma sala y hacía la misma temperatura en un lado que en el otro. Las marionetas al final nos gustaron a todos. Fue algo marionetas de aguamuy diferente y tradicional. A la derecha del escenario-piscina se pone la orquesta y las cantantes. En centro una pagoda sobre un pequeño estanque de agua, de donde van surgiendo las marionetas. No es una obra de teatro, sino varios cuentos chino-vietnamitas muy chulos. Molaban algunas marionetas (otras eran un dolor para la vista) y tenían hasta efectos especiales con bengalas y todo, sobre todo cuando salían dragones o aves fénix. A mí me encantó esa hora y media allí. Al final de la función, los «marionetistas» aparecen tras la persiana de bambú y descubres el truco del manejo de las marionetas. La verdad es que es sorprendente, pero no os voy a contar el truco… eso os lo dejamos de sorpresa para cuando vayáis a Hanoi.

Salimos de allí contentos y callejeamos un poco por la parte que no conocíamos de Hanoi y descubrimos que no nos habíamos perdido mucho. Llegamos a un cacho de autopista donde no podíamos pasar y nos reafirmamos en la convicción de que sino salíamos pronto de esa ciudad, el cáncer de pulmón iba a hacer estragos en nuestra salud. Nos perdimos en el distrito de las embajadas y se puso a llover. Nos resguardamos en una cafetería occidental para vietnamitas ricachos que no pegaba nada con el resto de la ciudad y donde no había casi nada de iluminación. La mayoría de los clientes daban miedo porque parecían gansters. Iker se entretenía dibujando mientras nos tomábamos nuestros piscolabis. Y de repente se encuentra con su primer fan. El camarero se quedó flipado mirando los dibujos de Iker (Liken para su fan y todo el mundo a este lado del Mekong) y le preguntó si era famoso. Iker se quedó cortado, ante esas muestras de admiración y nuestro consiguiente cachondeo. Le hizo un dibujín y el hombre se quedó tan contento. También le pidió el correo electrónico, pero sospecho que Liken, como buena diva que es, ha desatendido a su fan.

Cuando salimos nos dimos cuenta de que estábamos realmente perdidos, sin mapa ni nada. Pero no importaba, total, algo de emoción no vendría mal en un día tan absurdo. Pasamos por una tienda de artículos para el cole y fue tremendísimo. Estaba llenísimo de madres y niños que no paraban de comprar cosas y vimos sus libros de texto con dibujos horribles. Esta es la clase de cosas que mola ver y que no consigues en ningún tour. Eva se compró una libretita que le debió costar unos 7 cents. Vagando por esa ciudad inmensa, acabamos por orientarnos y decidimos ir a hotel a descansar antes de cenar y de camino, ¡encontramos un supermercado! Menuda chorrada, pensaréis, pues no, ni de coña, era el primero y el último que veríamos en todo Vietnam, y estaba, claro, en la zona pija de las embajadas. Nos metimos a comprar soja líquida y nos miraron como si les estuviéramos pidiendo ingredientes para hacer una paella. ¡Nadie tenía ni idea! Rastreamos el súper y nada, nuestro gozo en un pozo. Pero a la salida nos compramos una especie de bollitos con forma de mazorca rellenos de chocolate que ¡estaban riquísimos!

Llegamos al hotel y nos dijeron que las comunicaciones por carretera volvían a estar abiertas, y a pesar de que nos habían recomendado expresamente NO coger un autobús nocturno en Vietnam, pues son puñetero peligro, teníamos tantas ganas de salir de Hanoi que decidimos correr el riesgo y reservamos los billetes. Después de pasar un ratito en el hotel, bajé a por unas cervezas para tomar antes o después de la cena. Se me antojó un tampón vietnamita… no, no son esos que se meten en el chete. Además, dudo que las vietnamitas se metan eso en sus estrechetes. El tampón del que hablo es ese que se usa para las cartas y había modelos chulísimos. Pero lo mejor es que te podían personalizar uno con tu propio dibujo. Se lo comenté a Iker, y le pareció la idea más maravillosa del mundo (ahora que tenía fans, necesitaba un sello para estamparlo junto a sus autógrafos). Nos fuimos a encargárselo a un viejecín que estaba cinco tiendas más arriba de nuestro hotel. El dibujo que le dio Iker lo entendió, pero yo me las vi bien putas para que comprendiera que quería ese mismo dibujo pero reducido (era el dibujo de mi avatar, que tengo en mis tarjetas de visita). Me sentó en un micro-taburete de esos que parece que estés cagando, y puso toda su atención para entenderme. Yo estaba descojonada, tratando de que me entendiera un tipo de unos 60 años con perilla, vestido con pijama de rayas y camiseta de tirantes, cuando me pasa entre las piernas una sombra negra que yo tomé por el Nautilus y que resultó ser ¡una cucaracha portentosa! El brinco que di fue mítico y el tipo primero se asustó y luego se descojonó. La bicharrala entró en su tienda (1×1 sería darle centímetros de más a ese receptáculo) y el tipo pues evidentemente no le dio mayor importancia, a pesar de que yo señalaba el mueble por donde se había metido. Después del incidente y temiendo perder el valioso capital de 5 dólares que iba a pagarle por el sello, el hombrecín tuvo la idea del comodín de la llamada. Llamó a alguna cuñada o vete tú a saber y me la puso al teléfono. La comunicación era relativamente posible, pero la mujer desconocía la palabra «small», que era el quiz de la cuestión. Al final, me entendió (o eso creí) y se lo comunicó al tipo. Le dejé una señal y me dijo que estaría para el día siguiente.

Fuimos a buscar a Evita y a Nacho para irnos a cenar. Habíamos decidido ir al Little Hanoi, recomendado por la Lonely Planet, y cuando llegamos cual no fue nuestra sorpresa de encontrarnos varios en la misma calle. Elegimos el que parecía más auténtico, y por ende, más caro, y nos metimos a cenar. El sitio era así con poca luz, todo guiris, y tenía billetes antiguos de Vietnam en el cristal de las mesas. Al salir, compramos una cerveza de litro y Nacho y yo nos fuimos a dar una vuelta por el centro mientras Eva e Iker se fueron a dormir. Como había pasado una semana, volvimos a pasar por el mercadillo que tantos disgustos nos había dado y me volví a maravillar con esas artesanías orientales que tan bruta me ponen. Nacho se maravilló por primera vez.

Al cabo del rato nos fuimos a dormir. Todo apuntaba a que sería nuestra última noche en esa ciudad infernal. ¿Sería esa realmente nuestra última noche en Hanoi? ¿Lograríamos escapar de sus garras? ¿Por qué medio? ¿Nos jugaríamos de nuevo la vida en nuestra huida?

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