Por fin disfrutamos una noche sin ruido donde lo único que se oye es el lejano rumor de las olas. Aún así, nos despertamos a las seis. A diferencia del resto de Asia, aquí la vida empieza mucho más tarde, quizá sea porque los guiris no madrugan tanto como nosotras. Así que paseamos buscando un lugar donde desayunar pero nada abre hasta las ocho o nueve.
Después de hacer tiempo paseando por la playa, desayunamos un «jaffle» y un arroz con curry en la playa. Como viene siendo habitual, la bebida llega como una hora más tarde, cuando ya hemos devorado el desayuno. Como viene siendo habitual, el tipo se «equivoca» al sumar las consumiciones y como viene siendo habitual, a su favor. Como viene siendo habitual le pedimos la carta, como viene siendo habitual le hacemos la suma de nuevo y le demostramos que no somos lerdas. Salimos corriendo tras el primer bus que va a Galle. La ciudad nos sorprende muchísimo. Es una vieja urbe europea amurallada enclavada en el exótico Ceilán. Los edificios e iglesias holandesas del XVII y el XVIII se mezclan con edificaciones portuguesas aún más antiguas. Sobre la fortaleza sobre el mar, conocemos a un gabachito de 19 años, con cara de niño y de buena gente y con un par de huevos. Lleva varios meses viajando solo por Asia. Le contamos que en España no se estila eso de que los chavalines con la mayoría de edad recién cumplida se vayan solos a recorrer mundo, algo que nos parece maravilloso y que envidiamos. No sé si es que los españoles somos más miedosos o nuestros padres nos sobreprotegen. Le envidio. ¡Cómo tiene que ser de potente descubrir el mundo a esa edad, cuando todavía estás en proceso de creación de ti mismo! Si cada viaje tcambia un poco, a esa edad tiene que marcarte de una forma muy especial y de por vida. No solo envidio lo precoz de su aventura, sino el arrojo con el que se lanza a viajar solo, algo a lo que mucha gente mucho más mayor no se atreve.
Nos despedimos del gabachito y nos metemos en una heladería a recuperar el aliento y la tensión arterial, porque hace un calor de mil demonios.
Recorremos las elegantes calles del centro y entramos en unas cuantas tiendas donde tienen muchos carteles de cine vintage de pelis de Hollywood y ceilandesas, que son la risa. Los precios son prohibitivos así que no compramos nada, pero nos lo pasamos pipa mirando.
Sacamos la guía para elegir un buen restaurante para comer. En Galle está uno de los restaurantes más recomendados de Sri Lanka, así que nos ponemos a buscarlo con el escueto y confuso mapa que viene en la guía. De repente vemos el cartel del Mama’s Galle Fort Roof Cafe. ¡Vaya, pues no está en la calle que pone en la guía! Será un error. Subimos y nos sorprende vernos rodeadas por paredes. ¿Dónde están las maravillosas vistas de los tejados de Galle que describen en la guía? Habrán hecho obra, pensamos. Sin duda, estamos en el restaurante. De las paredes cuelgan enmarcados varios artículos de periódicos en inglés donde alaban las especialidades de la cocina y la amabilidad de la familia que lo regenta. No vemos a la mítica señora cuya foto aparece en esos artículos, pero sí a los que presuponemos son su marido y su hija, a los que también se hace referencia. Tampoco están en la carta algunos de los mejores platos descritos en los artículos… ¡habrán renovado el menú! Así que pedimos el mítico curry para dos y comprobamos que misteriosamente tenía el mismo tamaño que el curry para uno que se estaba comiendo el gabacho sentado a nuestro lado. Estaba simplemente normalito y nos quedamos con hambre. Soraya quería protestar porque claramente nos habían puesto una ración y nos la había cobrado como dos, pero no sé que estado gilipollesco se apoderó de mí que hizo que le insistiera para que no dijera nada. Nuestra decepción se tornó en cabreo inmediato cuando al abandonar el restaurante, descubrimos nada más doblar la esquina el auténtico Mama’s Galle Fort Roof Cafe. ¡¡¡Me cago en su putísima madre!!! Habíamos comido en un fake, donde los dueños, con sus santos cojones, no solo le habían puesto el mismo nombre sino que, además, habían empapelado las paredes con artículos con alabanzas que desde luego no iban dirigidas ellos. ¡Qué hijos de la gran puta! Y encima no era nada barato. Advertidos estáis. Son unos estafadores y por su culpa nos quedamos sin ver las vistas del restaurante auténtico y sin probar su deliciosa comida. Encima nos hizo sentirnos estúpidas. ¡Parecemos nuevas, coño! Quizá la vergüenza de haber caído en el engaño, nos impidió volver a montar el pollo, pero vamos, es como para volver y quemarles el garito.
Seguimos recorriendo la ciudad con un calor sofocante que aplacamos con zumos naturales. Les preguntamos a unos tipos si es normal eso de copiarle por el morro el nombre a un sitio de renombre y nos dicen que sí, que no pasa nada, y se ríen de nuestra indignación. Cabrones.
Unos chavales se divierten lanzándose al agua haciendo piruetas. Al llegar nosotras se hacen más los machitos y nos piden que les hagamos mil fotos. Así que echamos un rato divertido con nuestros amigos saltarines.
Hablando de imitaciones fraudulentas, en Sri Lanka los supermercados más molones son los Food City, pero hay muchísimos que son imitaciones baratonas, vamos lo que viene a ser el Corte Chino de Getafe a El Corte Inglés.
Después de recorrer Galle durante todo el día, cogemos el bus a Hikkaduwa. El pueblo es feo y no tiene ningún interés. Soraya se empeña en probarse la misma camiseta en varios establecimientos para no comprársela, algo que para ella, más que costumbre, ya es un rito.Volvemos caminando por la carretera cotilleando las tiendas. Al final sucumbo a la tentación y le compro unos pendientes de piedra luna a una amiga y un anillo para mí con una piedra de color granate típica de Ceilán, como recuerdo de Sri Lanka.
Nos tomamos un rotti en uno de los bares de la carretera y después unos tés en el único chiringuito de la playa donde hay algún guiri. Como no hay mucho ambiente,volvemos caminando por la playa iluminadas por la luna. Nos vamos a dormir.