Diario de Sri Lanka – Capítulo 1 (Londres – Male – Colombo)

Suena el despertador. ¡Por fin ha llegado el día! Son las ocho de la mañana. Nos cargamos las mochilas a la espalda y salimos muy contentas hacia Recoletos a coger el tren que va a aeropuerto. Es domingo por la mañana y no hay nadie por Chueca, sólo restos de la noche loca, o sea, bastante basura y olor a pis en las aceras. Ahí te quedas Madrid, que te den por culo.

Quedan tres minutos para que llegue el tren. Tenemos tiempo de sobra para comprar los billetes. Comprobamos que las máquinas no funcionan. Dos minutos. La taquillera nos despacha un billete, y ¡oh, casualidad! se le termina el rollo de billetitos justo cuando me iba a dar el mío. Un minuto. La mujer se da toda la prisa que puede, que no es mucha, porque sabe que el tren pasa cada media hora. El tren está entrando en la estación. La taquillera nos dice que pasemos con uno y se lo expliquemos al del aeropuerto… pero en ese momento… ¡tachán!… consigue imprimir el billetito. Salimos disparadas y subimos de un brinco al tren con las puertas ya cerrándose. Empezamos bien. No será el último estrés del día, desde luego. Sólo un simple aperitivo.

Pese a que no hay nadie en la cola de facturación de  British Airways, ya está todo el pescado vendido. Se nos ha olvidado hacer el checking online y no vamos a pillar ventanilla, una faena porque tenemos parada en Maldivas, y la imagen desde el cielo debe ser espectacular.

Primera parada: Londres. Aterrizamos en la T5 de Heathrow. Pese a tratarse del mismo vuelo, tenemos que cambiar de aeropuerto por nuestra cuenta, algo bastante cutre por parte de la compañía  y más tratándose de British Airways. Ya les vale. Tenemos 7 horas, tiempo más que suficiente, pensamos… Pero nos equivocamos. Cambiamos pasta y como queremos que nos salga lo más barato posible, ya que tenemos tiempo de sobra, pillamos el metro hasta Victoria Station, desde donde tenemos que coger un bus hacia Gatwick. Soraya, que nunca ha estado en Londres, decide que debemos ir a ver Buckingham Palace, ya que no está lejos de Victoria Station. Así que cargadas con las mochilas nos vamos para allá, decidiendo si entramos o no en algún bar a darnos un atracón de fish and chips. Viendo los precios y las pocas pounds que hemos cambiado, decidimos comernos el bocata de jamón que llevábamos para emergencias frente al palacio de Isabel II. Las tiendas de souvenirs cercanas al palacio de la Reina son de jajá, con el «royal baby» como principal reclamo.

Como tenemos tiempo de sobra, repito, nos pedimos un café para llevar y vamos hasta la estación de autobuses. Hay una cola tremenda para la máquina expendedora de billetes. Después de esperar pacientemente la cola, vemos que el autobús no tarda la hora que yo había leído que tardaba hasta Gatwick, sino ¡dos horas y veinte! Nos estresamos. Si cogemos ese bus perdemos el vuelo. Así que salimos corriendo hacia Victoria Station, con el café aún hirviendo en la mano.

La cola en las taquillas es más larga que la del paro, así que le pregunto a un tipo de la estación, desesperada, si me puedo colar de alguna manera y me indica una taquilla vacía. Allí me voy y el taquillero, con muy malas pulgas me dice que me ponga en la cola. Vuelvo a preguntarle al tipo de antes y nos dice que compremos el ticket en una máquina. También hay cola pero lo hacemos rápido. Salimos corriendo al andén y vemos irse el tren dejando un montón de gente en tierra porque va a reventar. Nos empezamos a poner realmente tensas. Con la gente que ha quedado en tierra más la que ya está esperando, vamos a perder también el siguiente que pasa 20 minutos después. Así que en un sálvese quién pueda empezamos a tomar posiciones dentro de la cola para subir como sea al siguiente tren. Abren el acceso al andén y todo el mundo corre. Más que en Londres parece que estamos en la India. Subimos al tren. Respiramos alividas. En apenas dos minutos está otra vez lleno y mucha gente se ha quedado en el andén. Ya es la hora de partir, pero no se mueve. Pasa un minuto, dos, tres… cinco… Entonces dicen por megafonía: «The pilot driver is missing». 

¿Perdona?. El conductor no aparece y nadie sabe dónde está. Minutos después nos comunican que lo siguen buscando. No sabemos si reír o llorar. Vamos a perder el vuelo a Colombo ¡con siete horas de conexión! Pa matarnos.
Quince minutos después de la hora prevista se pone en marcha el tren. ¡Por fín!. Al principio va lentísimo, con lo que seguimos mirando el reloj compulsivamente. Además, tampoco es directo. Hace, al menos, cinco paradas. Por fin llegamos a Gatwick con el tiempo más que ajustado. Como estamos en medio del tren tardamos bastante en salir, y después tenemos que esquivar un festival de trolleys asesinos que se cruzan por doquier. Así que después de una buena carrera llegamos al mostrador de facturación y soltamos, por fin, la mochila. Lo hemos conseguido.
Otra espera eterna para el control policial, porque sólo hay un arco funcionando para cuatro colas. En la zona de embarque tenemos el tiempo justo para buscar la puerta y hacer un pis. En el baño me encuentro colgado un bolsito que alguien se ha dejado olvidado. Espero un poco en el baño a ver si viene la dueña, y como no aparece, se lo llevo a la policía. Pesaba mucho. Seguro que llevaba pounds por un tubo. Pero una es pobre pero honrada.

Nos toca en la fila de enmedio. Lo cual no nos importa demasiado porque vamos a volar de noche, pero sí nos fastidia porque nos vamos a perder el aterrizaje en Maldivas. Delante tenemos a una pareja de judíos que son una pesadilla. Se pasan el vuelo entero poniéndole pegas a todo y dando por culo a todo el mundo. Mientras tanto entre el resto de pasajeros, ingleses en su mayoría, rulan los gintonics que da gusto. Los azafatos no parecen sorprendidos cuando les siguen pidiendo botellitas para la colección que tienen ya muchos en la mesita, una colección efímera. Por supuesto vino para cenar, y otro gintonic para coger el sueño. Estos ingleses sí que saben desinfectarse.

Tentempié muy rico

Aterrizamos en Male (Maldivas), una de las ciudades con más densidad de población del mundo, donde se baja el 90% del pasaje del avión. Así que nos colocamos en la ventanilla para ver el despegue, que es espectacular. El mar parece salpicado por lunares que son pequeñas islas redondas, algunas sumergidas. Maravilloso.

Las preciosas islas desaparecen. Ya sólo hay mar. En una horita más o menos aterrizaremos en Colombo. ¡Qué ganas!

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